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27 En este lugar está terminantemente prohibido confundir el desencanto con la verdad   por   marisita
 
 
AnaAbregu 8/12/2011 | 06:10:45 p.m.  
 
La génesis, el título
Los intencionados títulos.
Tags:
  literatura   literatura latinoamericana   crítica literaria   Ana Abregú   escritora Argentina   cuentos   novelas   metaliteratura
 

El análisis sobre los títulos de los libros siempre ha sido una de las fórmulas que más controversias cosecha.

Siempre que se habla entre escritores es un ítem que no puede faltar, incluso, para quienes analizan ciertos textos consagrados por situaciones diversas, no es poca cosa tener en cuenta si hubo un cambio del título y las razones que llevaron a cambiarlo,  de este modo el título tiene su propia historia biográfica.

Una de las razones es porque de él depende la mirada del comprador, no digo ya del lector, sino del comprador, en una primera instancia. Hay encuestas sobre que hay compradores que eligen por el nombre primero, luego por el diseño de tapa u otras razones

Digo compradores y no lectores, porque ambos son un tipo diferente de “adquiriente de libros”.

Un comprador puede no ser el lector del libro, puede ser que sea una persona que se ha tentado debido justamente al título del libro o que piensa regalarlo.

En cualquier caso, la intención primigenia entra por esas palabras que presentan un horizonte de expectativa al posible lector y  que despierta ecos inimaginables que hace que el objeto, el libro, sea adquirido.

No hay librero que no conjugue con la idea de que el título “vende”, y hay fórmulas basadas en muchos casos, en la experiencia del vendedor librero, que termina siendo refutadas en algún momento, por algún otro, o por épocas diferente.

Cuando un autor se posiciona en las preferencias de los lectores, el título pasa a otro nivel.

Entre las más populares recomendaciones se indica que el título debe ser corto, original y que interese al lector, factores todos ambiguos y difíciles de definir.

Parece fácil, si no fuera que hay por mes, sólo en argentina algo así como entre 18 mil o 20 mil títulos al año.

Imaginemos que el título efectivo usa una sola palabra, tendría que haber al menos 20 mil palabras en uso por año.

La especulación impide que se pueda pensar en un título de una sola palabra, y eso que todavía no se ha tenido en cuenta la originalidad, o los ecos que la palabra produce.

Luego están ciertos tipos de título, que siendo de una sola palabra, por la forma gráfica en que fueron concebidos causan un efecto de ambigüedad que hace parecer algo pero establecen una idea, que son dos palabras, pero que parecen una, o que se pueden establecer como neologismos, se apoyan en la grafía.

Un ejemplo de esa idea es el libro NOLOGO, en donde la primera parte NO, está en rojo, la palabra LOGO en blanco, pero no hay espacio entre las palabras, lo cual presenta una idea interesante, resuelta en la grafía y que a su vez representa perfectamente lo que el libro intenta analizar: las marcas.

En cualquier caso, no parece haber discusión en la importancia de un título, sin embargo y en defensa de algunos extraordinarios libros que no gozan de la popularidad, precisamente por el título, me alineo entre los lectores que analizan los libros por varios factores, y el título es un determinante, casi filogénético contra el cual luchar.

Dicen los que saben que la mirada del lector o comprador se ve atraída inconcientemente por “algo” que hace que se detenga en un libro, hay un fuerte apoyo en que ese “algo” se debe justamente al título, sin embargo, reconozco que vencer ese atávico movimiento me ha deparado grandes satisfacciones.

Hay un grupo especial de nombres de libros que me resultan especialmente atractivos, y vienen de la mano de uno de los mejores escritores latinoamericanos (nótese que uso la palabra latinoamericano, en este caso, porque casi me cuesta creerlo Uruguayo de tan Argentino), me refiero a Juan Carlos Onetti.

Sino, piensen en estos títulos: “Cuando entonces”, no creo que haya ninguna vida que no calce o se sienta reconocida en ese título, o que no haya sido atraído vertiginosamente por “La vida breve”, o que pueda pasar de lado por “Los adioses” sin siquiera (h)ojearlo.

Onetti es (era, ya falleció) un genio, no sólo por el extraordinario escritor, sino por la genialidad de esos títulos.

En mi análisis de ellos, me ha quedado la idea de que soy un ente adverbial, me atraen los títulos que usan adverbios, esa palabreja que modifica al verbo, a un adjetivo o a otro adverbio.

Imaginé bajo esa hipótesis títulos como: “Jamás”, “Tarde”, “Respectivamente” (este me lo quedo, la lo compré y aún no se escribió, creo), o variaciones, “Dónde jamás”, “Cuando alrededor”.

Hay otra serie de movimientos y variantes que postulan que es el propio libro el que en algún momento decide su título, para este tipo de revelaciones hay toda una teoría en contra que los editores se encargan de desmitificar; para los editores el título es independiente de lo que el libro exprese.

Sea cual fuere la base de sustentación, el título no es ni más ni menos que un objeto teórico de amplio espectro que tiene entidad propia y cuyo fin es complejo de definir, para algunos, expresa el contenido, para otros, sirve para atrapar lectores, hay quienes los quieren sencillos para recordarlos, cortos para no pensar demasiado en ellos o para que recomendarlos sean sencillos de nombrar, y otras tantas variables.

Para mí, en todos los casos, representan un objeto que ya sea por una u otra teoría, forman parte de la propuesta del libro y por ello, además de tener el mismo cuidado al elegirlo, como se elige el nombre de un hijo, hay que meditar en todos los aspectos a la vez, sin descartar ninguno.

Todo para que al final, sea el editor el que lo defina.

 

 

 Ana Abregú.

www.metaliteratura.com.ar

Licencia Creative Commons
Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

Ana Abregú.

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